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La Preparacion Para Vivir En Paz
Bahá'í International Community

La Preparación Para Vivir En Paz
Charla presentada durante el Seminario Regional de las Naciones Unidas
para Latinoamérica y el Caribe para el Año Internacional de la Paz (Tema 2
del programa), auspiciado por la Comisión Económica y Social para
Latinoamérica y el Caribe (ECLAC).
Organización de las Naciones Unidas, Nueva York
26 de febrero de 1985



El título de la sección de hoy del Seminario sobre la «Preparación para
Vivir en Paz» bien podría tener dos significados diferentes: (1) los pasos
que el individuo y la sociedad deben tomar para lograr condiciones en el
planeta para la vida en plena paz; o (2) la transformación que la raza
humana debe lograr para ser digna de participar en la vida de un planeta
en que predomine la paz, la guerra haya sido eliminada de una vez por
todas y se desarrolle gradualmente una rica civilización mundial.
La Comunidad Internacional Bahá’í desearía sugerir que los mismos cambios
de actitudes, valores, patrones de conducta y actitudes mentales de parte
del individuo y la sociedad habrán de ocurrir, (1) en primer lugar, en el
proceso de lograr la unidad en el planeta, unidad que tenga en cuenta toda
la diversidad de los orígenes y aspiraciones humanas, y luego, (2) en
llevar esta unidad incluso más allá de condiciones de paz mundial, de
manera que el pleno potencial de la rica herencia humana pueda expresarse
como una contribución a la vida en la Tierra.
Enfrentamos el Año Internacional de la Paz con una clara comprensión —
desde luego, en esta sala — de que este planeta Tierra es un mundo en que
la raza humana es un pueblo. Ya en el primer cuarto de este siglo,
`Abdu’l-Bahá, hijo de Bahá’u’lláh, el Fundador de la Fe Bahá’í, vio
claramente esta verdad al discutir los siete tipos de unidad que era
necesario lograr antes de que los seres humanos pudieran alcanzar la
felicidad. Vio como una diferencia fundamental el hecho de que, en Sus
palabras:
«En ciclos pasados, aunque se estableció la armonía, debido a la
ausencia de medios no pudo lograrse la unidad de toda la humanidad. Los
continentes siguieron muy separados e incluso entre los pueblos de uno y
el mismo continente eran casi imposibles la asociación y el intercambio
de ideas. En consecuencia, el intercambio, la compresión y la unidad
entre todos los pueblos y comunidades de la Tierra eran inalcanzables.»
Por el contrario, percibió que, ya a comienzos de este siglo, mediante la
revolución en las comunicaciones, los continentes eran ahora uno, y «los
miembros de la familia humana, ya fueran pueblos o gobiernos, ciudades o
aldeas», habían pasado a ser cada vez más interdependientes. Vio, además,
lo que hoy día damos por descontado, que
«Ya no es posible la autosuficiencia para nadie, en cuanto los lazos
políticos que unen a todos los pueblos y naciones, y los lazos del
comercio y la industria, de la agricultura y la educación, se fortalecen
cada día. De ahí que la unidad de toda la humanidad se pueda lograr en
este día.»
Si no obedecemos una ley física debemos sufrir las consecuencias. Lo mismo
ocurre si desconocemos o rechazamos una ley espiritual. En consecuencia,
hoy en día, en la opinión de los bahá’ís, no podemos ir en contra de la
ley espiritual de la unidad como fundamento y característica de esta era.
Refiriéndose a este siglo, `Abdu’l-Bahá observó que
« ... las mentes se han desarrollado, las percepciones han llegado a ser
más agudas, las ciencias y las artes se encuentran difundidas y existe
la capacidad para la proclamación y promulgación de la unidad auténtica
y última de la humanidad que producirá resultados maravillosos.
Reconciliará a todas las religiones, hará que las naciones en guerra
sean amantes, hará que los reyes hostiles sean amigos y traerá la paz y
la felicidad al mundo humano.»
Debería resultar alentador ver en qué medida las Naciones Unidas, en sus
casi 40 años de existencia, han trabajado permanentemente en pro de los
siete tipos de unidad mencionados por `Abdu’l-Bahá a comienzos de este
siglo: unidad en el ámbito político, unidad de pensamiento en las
actividades mundiales, unidad en libertad, unidad en la religión, unidad
de las naciones, unidad de las razas y unidad de idioma.
Nosotros, que trabajamos especialmente con las Naciones Unidas, podemos
ver, por ejemplo, que en la labor de las Naciones Unidas gradualmente —
muy vacilantemente — está evolucionando la unidad en el ámbito político.
Con los ideales incorporados en la Carta, las Naciones Unidas están
preocupadas por el bienestar de la humanidad. Como sabemos, es un foro
para lograr acuerdos políticos entre las naciones, por superficiales que
ellos sean, lo que permite que las Naciones Unidas tomen medidas graduales
— de carácter mundial — para resolver los principales problemas mundiales
del medio ambiente, la alimentación, la salud, la población, el uso
indebido de estupefacientes, los derechos humanos, etc. Se suele decir que
las Naciones Unidas son un lugar en el que bien se podrán prevenir las
guerras grandes y mantener localizadas las conflagraciones reducidas, a
veces resolviéndolas rápidamente. Es muy evidente que el grado de éxito de
las Naciones Unidas en esta esfera del mantenimiento de la paz, depende,
desde luego, totalmente de la voluntad política de las naciones que
componen esta vasta asociación de casi todos los países independientes del
planeta.
En cuanto a la «unidad de pensamiento en las actividades mundiales», desde
luego puede verse muy ampliamente en las Naciones Unidas, en la que,
durante casi 40 años, muchos de los mejores cerebros del mundo han
mancomunado sus conocimientos para servir a la humanidad, permitiendo que
las Naciones Unidas sean un medio eficaz de aprovechar los recursos de las
naciones miembros para mejorar las condiciones sociales y económicas del
mundo. Como sabemos, ningún problema que preocupe a la humanidad es
demasiado pequeño para escapar a la atención de las Naciones Unidas ni
para que las Naciones Unidas inicien medidas para tratar de resolverlo.
En cuanto al tercer tipo de unidad, la «unidad en libertad», también en
este caso las medidas adoptadas por las Naciones Unidas para fomentar el
proceso de descolonización nos han dado un mundo compuesto casi
exclusivamente por naciones independientes. Más de 100 naciones se han
unido a las Naciones Unidas desde 1945, la mayoría de ellas procedentes
del mundo en desarrollo, habiendo logrado la independencia desde que
comenzaron las Naciones Unidas. En opinión de los bahá’ís esta evolución
es fundamental, ya que sin esta «unidad en libertad» es imposible imaginar
una sociedad mundial, un gobierno mundial o una federación mundial
eventuales, ya que todos los Miembros han de compartir la misma condición
de libertad y dignidad para tener igual voz en el parlamento de las
naciones.
`Abdu’l-Bahá nos dice que la cuarta vela — la «unidad en la religión» — es
la «piedra de toque del cimiento mismo». Desde el punto de vista bahá’í un
examen de las comunidades bahá’ís de todo el mundo, en más de 160 países
independientes, revela el impacto que tienen sobre los seres humanos la
expansión y el desarrollo de la verdad y las enseñanzas religiosas, que
contienen una orientación para la humanidad en esta etapa de unificación
de la raza humana. En la comunidad bahá’í a escala mundial — que une a
pueblos de los más diversos orígenes — vemos la puesta en práctica gradual
de esos valores, principios y leyes espirituales y morales necesarios para
que cada ser humano se cambie a sí mismo trabaje con sus congéneres para
crear una sociedad mundial que se ha descrito en los Escritos Bahá’ís como
un «sistema en que se hace que la Fuerza sea siervo de la Justicia».
En cuanto a la quinta vela de la unidad, «la unidad de las naciones», que
`Abdu’l-Bahá nos asegura que se establecerá firmemente en este siglo y
hará que «todos los pueblos del mundo se consideren ciudadanos de una
patria común las Naciones Unidas forman parte del proceso de evolución que
ha llevado a la humanidad de su forma más primitiva — la familia — a
etapas cada vez más amplias de unidad, en el clan, en la tribu, en la
ciudad-estado, la nación y, después de esto, el escenario de nuestros
tiempos, el de la unidad mundial. Eventualmente habrá otras etapas más
plenas de paz, a medida que la humanidad madura espiritualmente y aprende
el arte de la cooperación y la unidad.
La sexta vela — «la unidad de las razas» — ya se puede observar, también
en las Naciones Unidas, donde desde el comienzo mismo la unidad racial ha
representado un papel importante en fomentar la acción de las Naciones
Unidas para abolir la discriminación en razón de la raza, destacando la
humanidad común de todos nosotros. También puede verse en la comunidad
bahá’í a escala mundial, en el que hombres y mujeres de más de 2.000
orígenes étnicos se han unido en la causa común de lograr la ‘paz mundial
y una civilización mundial.
Finalmente, la séptima y última vela de la unidad, «la unidad de idioma»,
es sumamente difícil de lograr, como podemos ver, en la actual etapa de
nuestra evolución. Sin embargo, un idioma mundial, en la opinión de los
bahá’ís, se inventará o escogerá entre los idiomas existentes y se
enseñará en las escuelas de todas las naciones, no para reemplazar sino
para ayudar a la lengua materna. Esto dará más fundamentos comunes para
unificar a los pueblos del mundo. Sin embargo, hoy es muy claro que, dados
los estrechos lazos existentes entre las culturas nacionales — o tribales
o regionales — y el idioma que utilizan, un idioma mundial existirá sólo
cuando se logre la unidad de las naciones mediante una federación mundial
o un gobierno mundial.
Al terminar la enumeración de estos aspectos de la unidad, `Abdu’l-Bahá
nos asegura que «el poder del Reino de Dios ayudará y asistirá en su
realización».
Al dirigirse al segundo período extraordinario de sesiones de la Asamblea
General de las Naciones Unidas dedicado al desarme, el 24 de junio de
1982, la Comunidad Internacional Bahá’í observó que no se podrían lograr
la paz y la seguridad de la humanidad en tanto no se hubiera establecido
plenamente la unidad. Seguimos diciendo:
«Estas palabras se dirigen a nuestro tiempo. Se dirigen a la obligación
doble que debe cumplir toda persona, ya sea gobernante o gobernado, si
hemos de lograr el desarme mundial y la felicidad humana en un mundo en
paz: en primer lugar, la responsabilidad de establecer la unidad dentro
de uno mismo y entre nosotros mismos, y luego, de construir una sociedad
mundial y de lograr el orden mundial y una civilización mundial.»
Además, en opinión de los bahá’ís, una sociedad mundial en paz sólo puede
llegar a ser una realidad si comprendemos nuestra verdadera naturaleza
(espiritual) y el propósito para el que fuimos creados (conocer y adorar a
Dios y llevar adelante una civilización en constante adelanto), y el
concepto de la unidad se halla en el centro de esta nueva etapa en la vida
de este planeta.
También al dirigirnos a la Asamblea General expresamos esa idea con estas
palabras:
«Creemos que el principio fundamental de la unidad es la comprensión de
la identidad auténtica de un ser humano. Esta parece ser la necesidad
principal del mundo, lograr la unidad mediante la conciencia de nuestra
auténtica realidad, y nuestra nobleza como seres humanos. Esto significa
una nueva comprensión de nuestra relación con Dios. Este vínculo es ‘la
fuerte cuerda que nadie puede romper’, y esta identidad de dependencia,
una vez plenamente integrada, puede expresarse felizmente en un espíritu
de servicio a la humanidad. La incapacidad de los poderes humanos por sí
solos para resolver las cuestiones de la humanidad — dar una oportunidad
a cada persona para el pleno desarrollo de su naturaleza, cualidades,
talento y la plena expresión de este potencial en un mundo de paz y
seguridad — está ampliamente demostrado por la historia de este siglo.»
En 1981 se celebró en las Naciones Unidas un seminario sobre las
«Relaciones que existen entre los derechos humanos, la paz y el
desarrollo». En los serios debates que tuvieron lugar quedaron muy en
claro las interrelaciones esenciales entre la paz y el desarrollo, así
como con los derechos humanos. En esa ocasión la Comunidad Internacional
Bahá’í ofreció el siguiente pensamiento:
«Tal vez se requiera gastar tanto esfuerzo en la educación de todas las
personas de este planeta, desde la edad más temprana — y desde luego
centrado fuertemente en las etapas más maleables e impresionables de la
existencia humana — en lo que se refiere a las medidas a largo plazo
para lograr una paz duradera y para echar las bases de una sociedad en
que la felicidad humana pueda florecer para todos.»
La forma en que definamos la naturaleza de la persona y las
potencialidades que debemos realizar para ser felices siempre
determinarán, desde luego, el medio espiritual y físico que cada ser
humano necesita para su pleno desarrollo. A este respecto deseamos citar
simplemente un pasaje de los Escritos Bahá’ís que apareció en un folleto
publicado por la Comunidad Internacional Bahá’í con ocasión del vigésimo
quinto aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos:
«La felicidad humana es el propósito primordial, el objetivo
fundamental, de dictar leyes enérgicas y de establecer grandes
principios e instituciones que se ocupen de cada aspecto de la
civilización, y la felicidad humana consiste sólo en aproximarse al
umbral de Dios Todopoderoso y en lograr la paz y el bienestar de cada
miembro individual, cualquiera que sea su condición, de la raza humana,
y las agencias supremas para lograr estos dos objetivos son las
cualidades excelentes de que ha sido dotada la humanidad.»
La Comunidad Internacional Bahá’í estima que la paz — así como los
derechos humanos y el desarrollo, ya que están interrelacionados y son
indivisibles — debe proceder, en su nivel más profundo y significativo, de
una fuente: la unicidad orgánica de la raza humana. Esta convicción y esta
creencia en nuestra opinión, deben subrayar el marco de la creencia y la
acción de los individuos y la sociedad si hemos de procurar la realización
de las metas de la Carta de las Naciones Unidas y echar las bases de la
felicidad de todos los seres humanos de este planeta.
En nuestra opinión, la unicidad orgánica o la unidad de la humanidad
significa:
«considerar a la humanidad como un solo individuo y el propio ser de uno
como un miembro de esa forma corpórea, y saber con certeza que si el
dolor o una lesión aflige a cualquier miembro de ese cuerpo, debe
inevitablemente dar como resultado el sufrimiento de todo el resto.»
Significa, además «considerar propio el bienestar de la comunidad».
La Comunidad Internacional Bahá’í compartió esta opinión con las Naciones
Unidas en 1978 al observar que el desarme general y completo requeriría
«…que los gobiernos y los pueblos aumentaran su conciencia de la
unicidad orgánica de la raza humana; que toda persona es como una célula
del cuerpo de la humanidad, toda nación es un conjunto de células del
cuerpo del planeta y todos viven con salud y felicidad sólo cuando el
cuerpo mismo esté bien.»
Al mismo tiempo, debe ponerse a esta unicidad de la raza humana junto a la
comprensión de que
«…la felicidad y la grandeza, el rango y la condición, el placer y la
paz de un individuo nunca han consistido en su riqueza personal, sino
más bien en la excelencia de su carácter, su resolución inquebrantable,
la profundidad de su conocimiento y su capacidad para resolver problemas
difíciles.»
Como el «honor y la distinción» de una persona consisten en que sea de
beneficio para la sociedad, el hecho más noble es, por lo tanto, el
servicio del bien común, y la mayor bendición de cualquier ser humano es
«…poder ser la causa de la educación, el desarrollo, la prosperidad y el
honor de sus congéneres.»
Como conclusión, la Comunidad Internacional Bahá’í desea reiterar una
propuesta formulada en el Seminario anteriormente mencionado, y
posteriormente en el período extraordinario de sesiones dedicado al
desarme, en 1982, así como en algunos foros de derechos humanos con
respecto a la erradicación de la discriminación racial. La propuesta
parece incluso más pertinente en un seminario que procura formas prácticas
de lograr la paz mundial. Cito de la declaración que formulamos ante la
Asamblea General:
«En consecuencia, la Comunidad Internacional Bahá’í desea proponer al
segundo período extraordinario de sesiones de la Asamblea General
dedicado al desarme un programa extenso e intensivo de educación a todos
los pueblos en el principio — y la verdad — fundamental de la unicidad
orgánica de la humanidad. Recomendamos que este programa educacional,
con un programa de estudios universal adaptable a cada cultura, sea
propiciado por los Gobiernos, utilizando las escuelas, los medios de
comunicación, las empresas, la industria, de hecho, todos los medios
públicos y privados, en todos los países.
«Este programa de educación — basado en todos los conocimientos humanos
que dan testimonio de esta unicidad de la humanidad, ya sea de la
ciencia o la religión — comenzaría fomentando en todos los pueblos una
comprensión y aceptación de la unicidad de la raza humana, que llevaría
a una eventual aceptación de toda la rica diversidad de las culturas
como elementos integrantes y unificados de una sola entidad, y el
reconocimiento de la Tierra como el hogar único de la familia humana
única.»
En nuestra opinión, vale desde luego la pena dedicar considerable esfuerzo
a un enfoque de tan largo alcance para llegar a la raíz de los problemas
sociales, económicos y políticos del mundo, problemas que derivan de una
condición de desunión difundida, y que seguirá sin solución — estamos
convencidos — mientras no se establezca la unidad.
Ya que, a medida que se logren condiciones de cooperación y unidad,
reemplazarán a las fuerzas divisionistas y destructivas desatadas,
consciente o inconscientemente, por individuos y gobiernos, obstáculos que
impiden de manera tan costosa la realización de las aspiraciones antiguas
de todos los pueblos de disfrutar del pleno desarrollo económico y social
en una sociedad mundial pacífica, en que
«... la enorme energía disipada y derrochada en la guerra, y sea
económica o política, se dedique a fines que amplíen el alcance de la
invención humana y el desarrollo técnico, al aumento de la productividad
de la humanidad, a la exterminación de las enfermedades, a la ampliación
de la investigación científica, a elevar el nivel de la salud física, a
agudizar y perfeccionar el cerebro humano, a la exploración de los
recursos no utilizados e insospechados del planeta, a la prolongación de
la vida humana y al adelanto de cualquier otra agencia que pueda
estimular la vida intelectual, moral y espiritual de toda la raza
humana.»



Documento BIC #85-0226S
Traducido del original en inglés



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