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¿ QUIÉN ESTÁ ESCRIBIENDO EL FUTURO ?

REFLEXIONES SOBRE EL SIGLO XX


























COMUNIDAD INTERNACIONAL BAHÁ'Í
Oficina de Información Pública, Nueva York
febrero de 1999
Traducción del original en inglés









¿ QUIÉN ESTÁ ESCRIBIENDO EL FUTURO ?
REFLEXIONES SOBRE EL SIGLO XX






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l 28 de mayo de 1992, la Cámara de Diputados de Brasil se reunió en una sesión especial para conmemorar el centenario del fallecimiento de Bahá'u'lláh, cuya influencia se está convirtiendo en un rasgo cada vez más familiar en el panorama social e intelectual del mundo. Su mensaje de unidad obviamente había hecho vibrar una fibra profunda en los legisladores brasileños. Durante el curso del evento, oradores representando todos los partidos de la Cámara rindieron tributo a un conjunto de escrituras que un diputado describió como "la obra religiosa más colosal jamás escrita por la pluma de un solo Hombre", y a una concepción del futuro de nuestro planeta que, "traspasando fronteras materiales", en palabras de otro, "se proyectó hacia la humanidad como un todo, sin mezquinas diferencias de nacionalidad, raza, límites o credos".1


El homenaje resultó tanto más llamativo por cuanto, en su tierra natal, la obra de Bahá'u'lláh sigue siendo mordazmente condenada por el clero musulmán que gobierna a Irán. Sus antecesores habían sido responsables de su destierro y encarcelamiento a mediados del siglo diecinueve, así como de la matanza de miles de aquellos que compartieron sus ideales por la transformación de la vida humana y la sociedad. Aún durante el transcurso del evento en Brasilia, el rechazo a renegar creencias que han conquistado eminentes alabanzas a lo largo y ancho del resto del mundo les traía a los 300.000 bahá'ís que viven en Irán persecuciones, privaciones y, en demasiados casos, el encarcelamiento y la muerte.


Semejante oposición caracterizó las actitudes de varios regímenes totalitarios durante el siglo pasado.


¿Cuál es la naturaleza del conjunto de pensamientos que ha suscitado reacciones tan marcadamente divergentes?






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l motivo director del mensaje de Bahá'u'lláh es una exposición de la naturaleza fundamentalmente espiritual de la realidad y de las leyes que gobiernan la operación de esa realidad. No sólo ve al individuo como ser espiritual, un "alma racional", sino que también insiste en que la empresa global que denominamos civilización es en sí misma un proceso espiritual, uno en el cual la mente y el corazón del hombre han progresivamente creado medios más complejos y eficientes para expresar sus inherentes capacidades morales e intelectuales.

Refutando los dogmas reinantes del materialismo, Bahá'u'lláh sostiene una interpretación opuesta del proceso histórico. La humanidad, punta de lanza de la evolución de la conciencia, pasa por etapas análogas a los períodos de infancia, niñez y adolescencia de la vida de sus miembros individuales. Esta jornada nos ha traído al umbral de nuestra largamente esperada mayoría de edad como una raza humana unificada. Las guerras, la explotación y los prejuicios que han caracterizado etapas inmaduras del proceso no deberían ser causa de desesperación sino un estímulo para asumir las responsabilidades de la madurez colectiva.

Escribiendo a los líderes políticos y religiosos de su propia época, Bahá'u'lláh afirmó que nuevas capacidades de incalculable poder, más allá de la imaginación de aquel entonces, estaban despertándose en los pueblos de la tierra, capacidades que pronto transformarían la vida material del planeta. Era esencial, decía, convertir tales inminentes adelantos materiales en conductos para el desarrollo moral y social. Si los conflictos nacionalistas y sectarios impedían que esto aconteciera, entonces el progreso material produciría, además de beneficios, también males inimaginables. Algunas de las advertencias de Bahá'u'lláh despiertan ecos sombríos en nuestra actualidad: "Cosas extrañas y asombrosas existen en la tierra", prevenía. "Estas cosas son capaces de cambiar la totalidad de la atmósfera de la tierra y su contaminación podría resultar letal".2



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l principal cometido espiritual que enfrenta a todos los pueblos, dice Bahá'u'lláh, sea cual sea su nación, religión u origen étnico, consiste en sentar los cimientos de una sociedad global que pueda reflejar la unicidad de la naturaleza humana. La unificación de los habitantes de la tierra no es ni una remota visión utópica ni, por último, una cuestión de opción. Constituye la próxima e ineludible etapa en el proceso de la evolución social, una etapa hacia la cual nos impulsa toda la experiencia del pasado y del presente. Ninguno de los males que afligen a nuestro planeta encontrará solución hasta que esta cuestión sea reconocida y afrontada, ya que todos los desafíos esenciales de la época en la que hemos entrado son globales y universales, no particulares o regionales.

Los numerosos pasajes de los escritos de Bahá'u'lláh que tratan sobre la llegada de la humanidad a su madurez están impregnados del uso de la luz como metáfora para reflejar el poder transformador de la unidad: "Tan potente es la luz de la unidad", reafirma, "que puede iluminar la tierra entera".3 Tal aseveración expone la historia contemporánea en una perspectiva netamente distinta de la que prevalece en este final del siglo veinte. Nos insta a descubrir - dentro del sufrimiento y descalabro de nuestros tiempos - la operación de fuerzas que están liberando la conciencia humana en preparación de una nueva etapa de su evolución. Nos emplaza a reexaminar cuanto ha sucedido en los últimos cien años y el efecto que estos acontecimientos han producido sobre la masa heterogénea de pueblos, razas, naciones y comunidades que han tenido esa vivencia.

Si, como asevera Bahá'u'lláh, "el bienestar de la humanidad, su paz y seguridad, son inalcanzables a menos y hasta que su unidad esté firmemente establecida",4 es comprensible por qué los bahá'ís tienen al siglo veinte, a pesar de todos sus desastres, como "el siglo de la luz".5 Pues estos cien años atestiguaron una transformación tanto del modo en que los habitantes de la tierra hemos comenzado a idear nuestro futuro colectivo, como en la manera en que pasamos a relacionarnos unos con otros. El cuño de ambos ha sido un proceso de unificación. Convulsiones más allá del control de las instituciones existentes forzaron a los líderes del mundo a implementar nuevos sistemas de organización global que hubieran sido impensables a comienzos de siglo. A medida que estaba sucediendo esto, sobrevenía una rápida erosión de costumbres y actitudes que habían dividido pueblos y naciones a lo largo de incontables siglos de conflictos y que tenían visos de perdurar para siempre.

A mediados de siglo, estos dos acontecimientos dieron lugar a un adelanto cuyo significado histórico solamente generaciones futuras podrán apreciar debidamente. En el aturdimiento de las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, los dirigentes con visión de futuro hallaron por fin posible, mediante la organización de las Naciones Unidas, iniciar la consolidación de los cimientos del orden mundial. El nuevo sistema de convenciones internacionales y organismos afines, tal como había sido largamente soñado por pensadores progresistas, disponía ahora de poderes esenciales que le habían sido trágicamente negados a la frustrada Liga de Naciones. Conforme avanzaba el siglo, se fortificó paulatinamente la musculatura primitiva del sistema de mantenimiento de la paz internacional hasta demostrar de forma persuasiva lo que se puede lograr. Con esto se fue dando la expansión continua de las instituciones democráticas de gobierno por todo el mundo. Aunque los efectos prácticos resulten todavía decepcionantes, ello en modo alguno debilita el histórico e irreversible cambio de dirección que se ha verificado en la organización de los asuntos humanos.

Y tal como sucede con el orden mundial, lo mismo va ocurriendo con los derechos de los pueblos del mundo. La divulgación de los aterradores tormentos infligidos a las víctimas de la perversidad humana en el transcurso de la guerra generó una sensación de choque y lo que solamente puede calificarse como un hondo sentimiento de vergüenza. De este trauma surgió un nuevo tipo de compromiso moral, institucionalizado formalmente en las labores de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y sus agencias asociadas, hecho que hubiera sido inconcebible para los gobernantes del siglo diecinueve a quienes Bahá'u'lláh se había dirigido sobre este mismo tema. Reforzado con esta legitimidad, un conjunto creciente de organizaciones no gubernamentales se ha propuesto asegurar que la Declaración Universal de los Derechos Humanos sea establecida como la base de criterios normativos internacionales y que sea implantada de modo acorde.

Un proceso paralelo se llevó a cabo en la vida económica. Durante la primera mitad del siglo, como consecuencia del caos provocado por la gran depresión, muchos gobiernos adoptaron medidas legislativas para la creación de programas de asistencia social y sistemas de control financiero, fondos de reserva y regulaciones de comercio destinados a proteger a la sociedad de la recurrencia de tal devastación. El período posterior a la Segunda Guerra Mundial trajo consigo el establecimiento de instituciones cuyo campo de operación es global: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Acuerdo General sobre Comercio y Tarifas (GATT), y una red de organismos de desarrollo dedicada a racionalizar y promover la prosperidad material del planeta. Al terminar el siglo - sean cuales sean las intenciones y por imperfecta que sea la actual generación de herramientas - las masas de la humanidad han podido comprobar que el uso de la riqueza del planeta puede ser fundamentalmente reorganizado en respuesta a conceptos de necesidad totalmente nuevos.

El efecto de estos adelantos se vio enormemente amplificado por la extensión acelerada de la educación a las masas. Más allá de la disposición de gobiernos nacionales y locales de asignar recursos cada vez mayores a este campo y de la capacidad de la sociedad para movilizar y entrenar ejércitos de maestros profesionalmente cualificados, dos avances de alcance internacional del siglo veinte fueron particularmente influyentes. El primero fue la serie de planes de desarrollo centrados en las necesidades educacionales que contó con la financiación masiva de entidades como el Banco Mundial, organismos gubernamentales, grandes fundaciones y varias ramas del sistema de las Naciones Unidas. El segundo fue la explosión de la tecnología de la información, que ha convertido a todos los habitantes de la tierra en beneficiarios potenciales del saber de la totalidad del género humano.

Este proceso de reorganización estructural a escala planetaria fue animado y reforzado por un profundo cambio de conciencia. Repentinamente, poblaciones enteras se vieron compelidas a afrontar los costos de arraigadas costumbres mentales que generaban conflictos y eso ante los focos de una reprobación mundial de lo que, en otros tiempos, se consideraba como prácticas y actitudes admisibles. La consecuencia fue la de estimular un cambio revolucionario en la manera en que las personas se consideraban unas a otras.

Por ejemplo, a lo largo de la historia la experiencia parecía demostrar - y la enseñanza religiosa confirmar - que las mujeres eran esencialmente inferiores a los hombres por naturaleza. De la noche a la mañana, desde una perspectiva histórica de las cosas, esta percepción prevaleciente estaba batiendo en retirada de golpe y en todas partes. Por largo y penoso que sea el proceso de conferir pleno sentido a la afirmación de Bahá'u'lláh que el hombre y la mujer son en todos los sentidos iguales, lo cierto es que el apoyo intelectual y moral de cualquier opinión contraria se desmorona continuamente.

Otra noción de la humanidad sobre sí misma, anclada a lo largo de los milenios fue la consagración de las diferencias étnicas, las cuales, en los últimos siglos, se cristalizaron en varias fantasías racistas. Con una celeridad pasmosa, si se atiende a la perspectiva histórica, el siglo veinte vio a la unidad de la raza humana afincarse como principio rector del orden internacional. Hoy día, los conflictos étnicos que siguen asolando numerosas partes del mundo ya no se perciben como características naturales de las relaciones entre pueblos distintos, sino como aberraciones tenaces que deben ser sometidas a un efectivo control internacional.

Durante la prolongada infancia de la humanidad, también se daba por sentado, de nuevo con la plena anuencia de la religión organizada, que la pobreza constituía un rasgo permanente e inevitable del orden social. Ahora sin embargo, tal mentalidad cuya aceptación había perfilado las prioridades de todos los sistemas económicos que el mundo conoció, ha sido rechazada universalmente. Al menos en teoría, el gobierno ha llegado a ser, en todas partes, considerado esencialmente como un custodio responsable de asegurar el bienestar de todos los miembros de la sociedad.

Especialmente significativo - por su íntima relación con las raíces de la motivación humana - fue el debilitamiento de la dominación del prejuicio religioso. Prefigurado ya en el "Parlamento de las Religiones" que tanto interés suscitó a finales del siglo diecinueve, el proceso de diálogo y colaboración interreligiosos reforzó los efectos del secularismo al socavar las otrora inconquistables murallas de la autoridad del clero. Ante la transformación en los conceptos religiosos presenciada en los últimos cien años, incluso el actual brote de reacciones fundamentalistas puede ser visto, retrospectivamente, como poco más que desesperadas acciones de retaguardia frente a la inevitable disolución del control sectario. En palabras de Bahá'u'lláh, "No puede haber la menor duda que los pueblos del mundo, de cualquier raza o religión, derivan su inspiración de una sola Fuente celestial, y son los súbditos de un solo Dios".6

Durante estas críticas décadas el discernimiento humano también ha experimentado cambios fundamentales en su modo de comprender el universo físico. La primera mitad del siglo vio como las nuevas teorías de la relatividad y de la mecánica cuántica -ambas íntimamente relacionadas con la naturaleza y operación de la luz -revolucionaban el campo de la física y alteraban por completo el curso del desarrollo científico. Se hizo evidente que la física clásica sólo podía explicar los fenómenos dentro de un marco limitado. De pronto, se abría una nueva puerta al estudio tanto de las partículas elementales del universo como de sus grandes sistemas cosmológicos, un cambio cuyos efectos sobrepasaron ampliamente la física, sacudiendo las bases mismas de la percepción del mundo que había dominado el pensamiento científico durante siglos. Se descartaron para siempre las imágenes de un universo mecánico accionado como un reloj y la supuesta separación entre el observador y lo observado, entre mente y materia. Los estudios de gran alcance que así se volvieron posibles sirven ahora de tela de fondo a la ciencia teórica que comienza a explorar la posibilidad que el propósito y la inteligencia sean de hecho elementos inherentes a la naturaleza y operación del universo.

A raíz de estos cambios conceptuales, la humanidad ingresó en una era en que la interacción entre las ciencias físicas - física, química y biología, acompañadas de la incipiente ecología - abrió posibilidades asombrosas para el realce de la vida. Los beneficios cosechados en áreas de tan vital interés como la agricultura y la medicina se destacaron singularmente tal como los que derivan del éxito en la explotación de nuevas fuentes de energía. A un tiempo, el campo nuevo de la ciencia de los materiales comenzó a proporcionar una profusión de recursos especializados desconocidos a principios de siglo: plásticos, fibras ópticas, fibras de carbono.

Tales avances de la ciencia y tecnología tuvieron efectos recíprocos. Los granos de arena - la sustancia más humilde y notoriamente despreciable - transmutados en placas de silicio y en lentes ópticamente puros, han posibilitado la creación de redes mundiales de comunicación. Junto con el despliegue de sistemas de satélites cada vez más sofisticados, éstas comenzaron a facilitar el acceso de la gente en todo el mundo, sin distinción, al conocimiento acumulado por la raza humana entera. Es obvio que las décadas del futuro inmediato atestiguarán la integración de las tecnologías de la telefonía, televisión y computación en un solo sistema unificado de comunicación e información, cuyos dispositivos asequibles estarán disponibles a escala masiva. Resultaría difícil exagerar el impacto psicológico y social que tendrá la prefigurada substitución de la maraña de sistemas monetarios existentes - para muchos el último bastión del orgullo nacionalista - por una divisa mundial única, circulando mayormente mediante impulsos electrónicos.


A la verdad, en ninguna otra parte resulta tan notorio el efecto unificador de la revolución del siglo veinte como en las repercusiones de los cambios que se verificaron en la vida científica y tecnológica. En el nivel más evidente, la raza humana está ahora dotada de los medios requeridos para realizar los objetivos visionarios invocados por una conciencia en constante maduración. Visto con mayor profundidad, esta potenciación está virtualmente al alcance de todos los habitantes de la tierra, sin distinción de raza, cultura o nación. "Una nueva vida se agita", observó proféticamente Bahá'u'lláh, "en esta época, dentro de todos los pueblos de la tierra; y, no obstante, nadie ha descubierto su causa o percibido su motivo".7 Hoy, más de un siglo después de que estas palabras fueran escritas, las repercusiones de lo que ha acontecido desde entonces empiezan a ser evidentes por doquier para las mentes precavidas.



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preciar la transformación consumada durante el período de la historia que ahora culmina no implica negar la oscuridad acompañante que pone los logros en marcado contraste: el exterminio deliberado de millones de seres humanos desamparados, la invención y uso de nuevas armas de destrucción capaces de aniquilar poblaciones enteras, el surgimiento de ideologías que sofocaron la vida espiritual e intelectual de naciones enteras, el daño causado al medio ambiente del planeta a una escala tan masiva que posiblemente requiera siglos para subsanar, y el daño incalculablemente mayor infligido a generaciones de niños instruidos a creer que la violencia, la indecencia y el egoísmo son triunfos de la libertad personal. Éstos son tan sólo los más obvios de un catálogo de males, sin parangón en la historia, cuyas lecciones legará nuestra era para ilustración de las escarmentadas generaciones que nos sucedan.

La oscuridad sin embargo, no es un fenómeno dotado de existencia propia, y mucho menos de autonomía. No extingue la luz ni la debilita, sino que señala esas zonas que la luz no ha alcanzado o iluminado adecuadamente. Así será reseñada sin duda la civilización del siglo veinte por los historiadores de una época más madura y desapasionada. Las ferocidades de naturaleza animal que campearon desbocadas durante estos años críticos y que, a veces, parecieron amenazar la supervivencia misma de la sociedad, de hecho no consiguieron impedir el continuo despliegue de las potencialidades creativas que posee la conciencia humana. Al contrario. Conforme el siglo avanzaba, más y más personas cobraban conciencia de cuán huecas eran las lealtades y cuán infundados los temores que las sojuzgaban pocos años atrás.

"Inigualable es este Día", insiste Bahá'u'lláh, "pues es como el ojo para épocas y siglos pasados, y como una luz para la oscuridad de los tiempos".8 Desde esta perspectiva, la controversia no es la oscuridad que retardó y empañó el progreso logrado en los cien prodigiosos años que ahora terminan. Más bien, es la de cuánto sufrimiento y ruina habrá todavía de soportar nuestra raza hasta que aceptemos de corazón la naturaleza espiritual que nos hace un solo pueblo, y cobremos el valor para planear nuestro futuro a la luz de lo asimilado con tanto dolor.



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l concepto del futuro de la civilización que se perfila en los escritos de Bahá'u'lláh desafía buena parte de lo que hoy se impone en nuestro mundo como normativo e inalterable. Los despliegues alcanzados durante el siglo de la luz han abierto la puerta a una nueva clase de mundo. Si la evolución social e intelectual en verdad responde a una inteligencia moral inherente a la existencia, gran parte de la teoría que determina los enfoques contemporáneos en la toma de decisiones se encuentra fatalmente viciada. Si la conciencia humana posee una naturaleza esencialmente espiritual - según la intuición de siempre de la gran mayoría de las personas comunes -, sus necesidades de desarrollo no pueden entenderse ni atenderse mediante una interpretación de la realidad que dogmáticamente insiste en lo contrario.

Ningún aspecto de la civilización contemporánea resulta más frontalmente desafiado por la concepción del futuro que expresa Bahá'u'lláh que el reinante culto del individualismo, que se ha extendido a la mayor parte del mundo. Sustentada por fuerzas culturales tales como ideologías políticas, elitismo académico y una economía de consumo, la "búsqueda de la felicidad" ha suscitado un sentido agresivo y casi sin límites del derecho personal. Las consecuencias morales han sido corrosivas por igual para el individuo y la sociedad; y devastadoras en términos de enfermedades, drogadicción y otras plagas demasiado comunes del final de siglo. La tarea de liberar a la humanidad de un error tan fundamental e insidioso requerirá que se ponga en tela de juicio algunos de los supuestos más arraigados del siglo veinte sobre el bien y el mal.

¿Cuáles son algunos de estos supuestos sin cuestionar? El más obvio es la convicción que la unidad es un ideal distante, casi inalcanzable, a ser abordado sólo después de que se hayan resuelto, de alguna forma, una multitud de conflictos políticos, satisfechas, de algún modo, las necesidades materiales y enmendadas, de alguna manera, las injusticias. El inverso, declaró Bahá'u'lláh, es el caso. La dolencia primaria que aqueja a la sociedad y genera los males que la invalidan, afirma, es la desunión de una raza humana que se distingue por su capacidad de colaboración y cuyo progreso, hasta la fecha, ha dependido de la medida en que, en diferentes etapas y diversas sociedades, se ha alcanzado una acción unificada. Aferrarse a la noción de que el conflicto constituye un rasgo intrínseco de la naturaleza humana, antes que de un compuesto de hábitos y actitudes adquiridos, equivale a imponer al nuevo siglo un error que, más que cualquier otro factor aislado, ha estorbado trágicamente el pasado de la humanidad. "Considerad al mundo", amonestaba Bahá'u'lláh a los dirigentes electos, "como el cuerpo humano que, aunque al ser creado es sano y perfecto, por diversas causas ha sufrido graves trastornos y enfermedades".9

Íntimamente relacionado con la cuestión de la unidad está un segundo reto moral que el siglo, que ahora se agota, ha planteado con una urgencia cada vez mayor. A los ojos de Dios, reitera Bahá'u'lláh, la justicia es la "más amada de todas las cosas".10 Ella faculta a la persona para que vea la realidad con sus propios ojos, y no a través de los de otros, y dota la toma colectiva de decisiones de la única clase de autoridad que puede asegurar la unidad de pensamiento y acción. Por muy satisfactorio que sea el sistema de orden internacional que surgió de las experiencias horrendas del siglo veinte, la perennidad de su influencia estará sujeta a que se acepte el principio moral implícito en ella. Si el conjunto de la humanidad es en verdad uno e indivisible, entonces la autoridad que ejercen las instituciones de gobierno es en esencia la de un fideicomisario. Cada individuo llega al mundo como un fideicomiso del conjunto, y es este rasgo de la existencia humana lo que constituye el cimiento real de los derechos sociales, económicos y culturales articulados en la Carta de las Naciones Unidas y los documentos afines. La justicia y la unidad ejercen un efecto recíproco. "El propósito de la justicia", escribió Bahá'u'lláh, "es el surgimiento de la unidad entre los hombres. El océano de la sabiduría divina brota dentro de esta exaltada palabra, mientras los libros del mundo no pueden contener su íntimo significado".11

A medida que la sociedad se compromete - aunque de forma vacilante y temerosa - con éstos y otros principios morales relacionados, el papel más significativo que se ofrece al individuo es el del servicio. Una de las paradojas de la vida humana consiste en que el desarrollo de la personalidad tiene lugar primariamente a través del compromiso en empresas más amplias en las que el yo - aunque sea temporalmente - se olvida. En una época que ofrece a la gente de todas las condiciones la oportunidad de participar efectivamente en dar cuerpo al propio orden social, el ideal del servicio a los demás asume un significado enteramente nuevo. Exaltar metas tales como la ávida acumulación y la reivindicación de derechos como el propósito de la vida es promover principalmente el lado animal de la naturaleza humana. Tampoco pueden los mensajes simplistas de salvación personal responder a los anhelos de generaciones que han podido comprobar, con honda certidumbre, que la verdadera realización pertenece tanto a este mundo como al venidero. "Preocupaos fervientemente por las necesidades de la época en que vivís", aconsejaba Bahá'u'lláh, "y centrad vuestras deliberaciones en sus exigencias y requerimientos".12

Tales perspectivas conllevan profundas implicaciones para la conducción de los asuntos humanos. Es obvio, por ejemplo, que, cualesquiera que hayan sido sus aportaciones en el pasado, cuanto más perdure el estado-nación como la influencia dominante en la determinación del destino de la humanidad, tanto más se relegará el logro de la paz mundial, y tanto mayor será el sufrimiento infligido a la población de la tierra. En la vida económica de la humanidad, no importa cuán grande sea la prosperidad producida por la globalización, es evidente que este proceso también ha generado concentraciones de poder autocrático sin igual que habrán de someterse al control democrático internacional, si no se quiere que produzcan pobreza y desesperación para innumerables millones. De igual modo, el progreso histórico en la tecnología de la información y comunicación, que representa un recurso tan potente para promover el desarrollo social y profundizar el sentido de humanidad común en la gente, puede, con igual fuerza, descarriar y embrutecer impulsos que serían vitales para el desempeño de este mismo proceso.



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o que Bahá'u'lláh plantea es una nueva relación entre Dios y la humanidad, en armonía con la madurez incipiente de la raza. La Realidad última que ha creado y sostiene el universo permanecerá para siempre más allá del alcance de la mente humana. La relación consciente de la humanidad con ella, en la medida en que se ha establecido, ha sido resultado de la influencia de los Fundadores de las grandes religiones: Moisés, Zoroastro, Buda, Jesús, Muhammad y figuras anteriores cuyos nombres, en su mayor parte, han caído en olvido. Al responder a estos impulsos de lo Divino, los pueblos de la tierra han desarrollado progresivamente las capacidades espirituales, intelectuales y morales que combinaron en civilizar el carácter humano. Este proceso acumulativo y milenario ha llegado ahora a una de esas etapas características en todas las encrucijadas decisivas del proceso evolutivo, en las que surgen de repente posibilidades nunca antes alcanzadas: "Éste es el Día", asevera Bahá'u'lláh, "en que los más excelentes favores de Dios han sido derramados sobre los hombres, Día en que Su poderosísima gracia ha sido infundida en todas las cosas creadas".13

Observada a través de los ojos de Bahá'u'lláh, la historia de tribus, pueblos y naciones ha llegado efectivamente a su conclusión. Lo que presenciamos ahora es el comienzo de la historia de la humanidad, la historia de una raza humana consciente de su propia unicidad. Para esta hora decisiva en el curso de la civilización, sus escritos aportan una nueva definición de la naturaleza y de los procesos de la civilización, así como un nuevo orden de prioridades. Su objetivo es el de hacernos retornar a una conciencia y responsabilidad espirituales.

No hay nada en los escritos de Bahá'u'lláh que fomente la ilusión que los cambios contemplados se alcancen fácilmente. Muy al contrario. Tal como ya lo demostraron los sucesos del siglo veinte, los padrones de hábitos y actitudes que se han arraigado durante milenios no se abandonan espontáneamente, ni simplemente en respuesta a la educación o la actuación legislativa. Ya sea en la vida del individuo o la de la sociedad, el cambio profundo no pocas veces ocurre en respuesta al sufrimiento intenso y a dificultades inaguantables que no pueden ser superadas de ninguna otra manera. Tan fuerte prueba, ni más ni menos, advirtió Bahá'u'lláh, es necesaria para fundir a los diversos pueblos de la tierra en un solo pueblo.

Las concepciones espirituales y materialistas de la naturaleza de la realidad son irreconciliables entre sí y desembocan en direcciones opuestas. Al iniciarse el nuevo siglo, el curso marcado por la segunda de estas dos visiones opuestas ya ha llevado a una humanidad desamparada a rebasar el punto límite en el que todavía se podía sustentar una ilusión de racionalidad, cuanto más de bienestar humano. Con cada día que pasa, se multiplican las evidencias de que por doquier grandes masas de personas están llegando a esta misma conclusión.

A pesar de la opinión contraria muy predominante, la raza humana no es una tabla en blanco en la cual los árbitros privilegiados de los asuntos humanos puedan inscribir libremente sus propios deseos. Las fuentes del espíritu manan donde es su voluntad, según su voluntad. No seguirán indefinidamente sofocadas por los escombros de la sociedad contemporánea. Ya no se necesita visión profética para apreciar que los años iniciales del nuevo siglo presenciarán la liberación de energías y aspiraciones infinitamente más potentes que las acumuladas rutinas, falsedades y adicciones que durante tanto tiempo han bloqueado su expresión.

Por muy grande que sea el alboroto, el período hacia el cual se dirige la humanidad ofrecerá a todo individuo, a toda institución y a toda comunidad de la tierra oportunidades sin precedentes de participar en escribir el futuro del planeta. "Pronto", es la promesa categórica de Bahá'u'lláh, "el orden actual será enrollado y uno nuevo será desplegado en su lugar".14









Notas




1. Comentarios hechos por el diputado Luis Gushiken y la diputada Rita Camata. "Sessâo Solene da Câmara Federal em Homenagem ao Centenário da Ascensâo de Bahá'u'lláh", Brasilia, 28 de mayo de 1992.

2. Bahá'u'lláh, Tabas de Bahá'u'lláh (EBILA, 1982), p. 78.

3. Bahá'u'lláh, Epístola al Hijo del Lobo (EBILA, 1985), p. 13.

4. Bahá'u'lláh, Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh, sección CXXXI.

5. 'Abdu'l-Bahá, La Promulgación de la Paz Universal (EBILA, 1991), p. 84.

6. Bahá'u'lláh, Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh, sección CXI.

7. Bahá'u'lláh, Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh, sección XCVI.

8. Bahá'u'lláh, citado en Shoghi Effendi, El Advenimiento de la Justicia Divina (EBILA, 1974), p. 116.

9. Bahá'u'lláh, Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh, sección CXX.

10. Bahá'u'lláh, Las Palabras Ocultas, número 2 del árabe.

11. Bahá'u'lláh, Tabas de Bahá'u'lláh (EBILA, 1982), p. 75.

12. Bahá'u'lláh, Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh, sección CVI.

13. Bahá'u'lláh, Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh, sección IV.

14. Bahá'u'lláh, Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh, sección IV.



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¿Quién está escribiendo el futuro? Página 2

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