Mensaje de la Casa Universal de Justicia a una Asamblea Espiritual Nacional
19 de mayo de 1994.
A la Asamblea Espiritual Nacional de los Bahá'ís de ...
Queridos amigos bahá'ís:
Con mucha alegría y profundo agradecimiento a Bahá'u'lláh recordamos su reciente visita a la Tierra Santa ocurrida durante el mes del Ayuno. El haber accedido a su urgente solicitud reuniéndonos con ustedes en tres jornadas de consultas intensivas -acontecimiento en sí mismo histórico- ha reforzado los lazos que unen a la comunidad bahá'í americana con el Centro Mundial de la Fe y ha servido asimismo para inaugurar una nueva fase en la evolución de su Asamblea. Nuestros corazones se vieron conmovidos por la franqueza, la valentía y la sinceridad con la que sus miembros mostraron sus inquietudes e hicieron gala de optimismo no obstante lo abrumador de los desafíos y cargas que les llevaron a solicitar el encuentro.
Tras sopesar las diversas materias y preguntas que plantearon entonces pasamos ahora a responder a las cuestiones relacionadas con las siguientes grandes categorías: enseñanza, relaciones entre la Asamblea Espiritual Nacional y los Consejeros Continentales, y funcionamiento de la Asamblea misma.
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Con respecto a su proyecto "Visión en Acción" nos informaban de la existencia de una tremenda respuesta que ha estado seguida por cierto movimiento y cierta expansión. Se añadía a ello el estímulo que brindó la reciente conferencia de Atlanta promovida por los Consejeros Continentales, fruto de la cual ha sido una señalada aceleración de las actividades. En suma, rara vez han estado los amigos más visiblemente activos. A pesar de ello, el crecimiento es lento. Su creencia es que la comunidad lleva ya algún tiempo a las puertas de grandes avances que no acaban de hacerse realidad. Desde su punto de vista la degeneración de la sociedad, de la que dan cuenta la desaparición de los valores morales y el aumento alarmante de la violencia, está teniendo un efecto debilitador sobre el creyente. En resumen, a la vista de estas tremendas circunstancias, su gran anhelo no es otro que el de hallar la forma de liberar el potencial de enseñanza que yace aprisionado en los creyentes.
Por nuestra parte, pensamos que un exceso de ansiedad, en la esperanza de lograr avances decisivos, sumado a una preocupación indebida sobre el estado de la sociedad pueden resultar contraproducentes. Si bien existen oportunidades para lograr un crecimiento mayor del que se registra actualmente, ni su Asamblea ni los amigos deben afligirse con sentimientos de fracaso ante cada decepción, pues tales sentimientos suelen ser causa de su propio cumplimiento y pueden fácilmente detener la expansión de la Causa. La tendencia a dejarse llevar de la frustración, a veces inducida por un deseo de gratificación instantánea, debe ser combatida mediante esfuerzos por adquirir una comprensión más profunda de lo que es el proceso divino. Al exhortar al individuo a cumplir con su obligación espiritual de "convertir el mandato de enseñar, tan vitalmente obligatorio para todos, en la preocupación suprema de su vida", Shoghi Effendi aseveró que "todo portador del Mensaje de Bahá'u'lláh debe considerar que es no sólo una obligación sino un privilegio el esparcir por doquier las semillas de Su Fe, reconfortado por la convicción moral de que cualquiera que sea la respuesta inmediata a ese Mensaje, y por muy inadecuado que sea el vehículo que lo haya transmitido, el poder de su Autor ayudará -según vea él oportuno- a que las semillas germinen, y en circunstancias que nadie puede prever multiplicará la cosecha que Sus seguidores han de recoger con su esfuerzo". Tengan la seguridad de que a su comunidad, especialmente bendita, no se le hurtará el triunfo de una gran expansión siempre que sus miembros prosigan sus actividades de enseñanza con constancia y confianza.
En el presente estado de angustia que vive la sociedad, las posibilidades de que la enseñanza registre los avances decisivos previstos por ustedes son enormes, por paradójico que parezca. Sepan que cuanto peores se vuelvan las condiciones, tanto más abundantes han de ser las oportunidades de enseñar la Causa y tanto mayor ha de ser el grado de receptividad hacia el Mensaje divino. Ciertamente Bahá'u'lláh dio una idea lo bastante amplia sobre el radical descalabro que Su Revelación está provocando a escala mundial como parte de la transición hacia la unidad y la paz que son la meta final de Su Fe. El ser conscientes de lo inevitable de esta transición debería ayudarles a aislarse de las emociones enervantes que suscita el tumulto que es propio de este proceso; asimismo debería pertrechar a su Asamblea, en su calidad de máximo órgano de gobierno de la comunidad bahá'í de Estados Unidos, para demostrar ante los amigos que hay perspectivas de futuro, perspectivas que la persistencia y el vigor de sus actividades de enseñanza justificarán plenamente.
La ejemplificación de ese desprendimiento por parte de su Asamblea y de los amigos de toda la comunidad harán realidad esa conquista espiritual que ya Shoghi Effendi previó en las palabras admonitorias que dirigió en su día a su comunidad: "Los brillantes tributos tan repetida y merecidamente rendidos a la capacidad, el espíritu, la conducta y el elevado rango de los creyentes americanos -ya como personas, ya como comunidad orgánica- no deben confundirse, bajo ninguna circunstancia, con las características y naturaleza de las gentes de donde Dios los ha levantado". En otras palabras, la consecución de una "marcada distinción entre esa comunidad y aquellas gentes", hará que ustedes y los amigos que confían en su guía reconozcan que la sociedad americana no puede quedar exenta de los rigores y las consecuencias de una transición que afecta a todo el mundo.
Por doloroso que pueda ser este panorama de decadencia y por profunda que sea la pena que sienten ustedes por quienes sufren a causa del terrible declive social, deben al mismo tiempo apreciar las posibilidades que ello propicia para aumentar las fuerzas curativas de un Orden Mundial incipiente. Shoghi Effendi fue meridianamente claro en su consejo a la comunidad bahá'í americana: "Las oportunidades que trae consigo el presente estado de confusión, con todas las penas que comporta, los temores que provoca, la desilusión que acarrea, las perplejidades que suscita, la indignación que produce, la rebeldía que excita, los agravios que engendra, el espíritu de búsqueda impaciente que despierta, deben ser explotados tanto para dar a conocer a los cuatro vientos el poder redentor de la Fe de Bahá'u'lláh como para incorporar nuevos reclutas al ejército siempre en alza de Sus seguidores".
A propósito del espectáculo global de revueltas, cataclismos y tribulaciones que caracterizan el deterioro de la humanidad en vísperas del Reino de Dios en la Tierra, Shoghi Effendi dirigió a los amigos de Norteamérica estas palabras portadoras de visión y estímulo: "Lejos de cejar en su empeño, lejos de relegar al olvido sus tareas, nunca deberían ignorar que, por más que las circunstancias aprieten, la sincronización de tales crisis mundiales con el progresivo despliegue y
culminación de su divina tarea es en sí misma obra de la Providencia, fruto de una Sabiduría inescrutable y designio de una Voluntad irresistible, una Voluntad que dirige y controla, con su propio misterioso proceder, tanto la suerte de la Fe como el destino de los hombres. Tales misteriosos procesos de ascenso y caída, de integración y desintegración, de orden y caos, con sus continuas reacciones recíprocas, no son más que aspectos de un Plan más grande, singular e indivisible, cuya Fuente es Dios, cuyo autor es Bahá'u'lláh, cuyo teatro de operaciones es el planeta entero y cuyos objetivos finales son la unidad de la raza humana y la paz de toda la humanidad".
Por otra parte, el amado Guardián entendía que: "Reflexiones como éstas deberían potenciar el tesón de toda la comunidad bahá'í, deberían disipar sus malos presagios y deberían alentarles a consagrarse a cada una de las disposiciones de esa Constitución divina cuyas líneas maestras débense a la pluma de 'Abdu'l-Bahá". Desde esta perspectiva divina, su Asamblea no sólo podrá ayudar a los amigos a comprender que son capaces de hacer frente a los casos alarmantes de deterioro social que constatan a diario, sino que -lo que es más- éstos se animarán con visión renovada a reclutar a un número creciente de hombres y mujeres cuyas mentes y corazones están listos para responder al Mensaje divino, personas que harán causa común con ustedes en sus esfuerzos por vencer la perplejidad y la desesperación que atenazan a sus conciudadanos y minan la estructura de su país.
Resulta vital asimismo que su Asamblea tenga presente que la angustia, compañera de la situación actual, puede y debe ser superada mediante la oración y una atención conscientemente dirigida a enseñar la Causa y a vivir una vida bahá'í cimentada en una perspectiva mundial. A buen seguro los miembros de una comunidad tan bien establecida como la suya, una comunidad que disfruta de los favores especialmente conferidos por la Providencia a través de las Tablas del Plan Divino, saben reconocer la urgencia y la seriedad de la empresa. Sin duda, son testigos de la sufrida paciencia con que en aras de un mundo mejor soportan las pruebas divinas sus hermanos en la Cuna de la fe, y ello incluso al precio de sacrificar su propia sangre. Ni que decir tiene los muy estimados creyentes americanos, "descendientes espirituales de los rompedores del Alba", saben muy bien que es ahora, en este momento crítico, cuando deben aprovechar la ocasión de medirse sobrellevando ese sacrificio en vida -no de sus vidas- como decía Shoghi Effendi, si quieren que la predicción sobre su glorioso destino según las Escrituras de nuestra Fe se cumpla en ellos. Ojalá que Dios les conceda la fuerza celestial necesaria para superar, una y otra vez, las pruebas mentales que 'Abdu'l-Bahá prometió que él les enviaría para purificarlos y para, en esa misma medida, permitir que su capacidad divinamente conferida obrase como motor de cambio en el mundo.
Por lo que al dominio de la enseñanza se refiere su punto de obligada referencia y recurso infalible, al que ya tienen acceso, son las Tablas del Plan Divino. En virtud de ellas su comunidad comparte extraordinarios poderes con la comunidad hermana de Canadá. Precisamente al familiarizar a los amigos con la misión especial que tanto en su país como fuera de él esos mismos documentos seminales y perennes les encomiendan realizar, y al relacionar su contenido con las circunstancias actuales, encontrarán la clave para revitalizar las tareas de enseñanza y para ganar victorias sobresalientes en el frente interno. Cuentan en este empeño con la poderosa ayuda que brindan las explicaciones de nuestro querido Guardián en cartas como "El Advenimiento de la justicia divina", "Los apremiantes requisitos de la hora actual", "Los bahá'ís americanos frente a un mundo en peligro". Confiamos plenamente en que, a una con los Consejeros Continentales y los miembros del Cuerpo Auxiliar, podrán ustedes hallar la manera de apurar las enormes energías de los amigos y de avivar el celo que en tantas pasadas ocasiones y tan espléndidamente han desplegado en el terreno de la enseñanza.
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Nos alegró mucho que nos hicieran partícipes de la relación cada vez más estrecha que existe entre su Asamblea y los Consejeros Continentales. Pero aún nos impresionó más su vivo deseo por hallar nuevas formas de estrechar esa relación. Un paso hacia la plasmación de ese deseo consiste en obtener una comprensión cabal de las responsabilidades y esfera de actuación de los Consejeros con respecto a las suyas.
Como saben, un aspecto distintivo del Orden Administrativo es la existencia, por un lado, de instituciones electas que funcionan de manera corporativa con poderes legislativos, ejecutivos y judiciales inalienables, y, por otro lado, de creyentes eminentes y devotos que son nombrados para dedicarse fundamentalmente, bajo la guía de la Cabeza de la Fe, a la protección y propagación de la Fe. Los dos conjuntos de instituciones colaboran en sus funciones con vistas a garantizar el progreso de la Causa. Indudablemente son consciente de las aclaraciones que con anterioridad han aparecido sobre este tema. No obstante, y a fin de ayudarles a comprender mejor este asunto, les ofrecemos los siguientes comentarios.
Los Cuerpos Continentales de Consejeros y las Asambleas Espirituales Nacionales comparten las funciones de propagación y protección, pero los Consejeros se especializan en estas funciones partiendo de un nivel y modo de operar diferentes. Desde su privilegiada perspectiva continental, los Consejeros aportan una perspectiva a sus funciones que, transformada en consejos, recomendaciones y comentarios, enriquece la comprensión de las Asambleas Nacionales, las pone en contacto con una experiencia más amplia que la suya propia y las alienta a mantener una visión mundial.
Una diferencia en cuanto a la forma de funcionamiento de los Consejeros se deriva de las instrucciones que 'Abdu'l-Bahá impartió en su Testamento a las Manos de la Causa de Dios, cuyas funciones de protección y propagación compete a los Consejeros seguir cumpliendo. Son éstos quienes, nombrados a ese fin por la Casa Universal de Justicia, ayudan a la Cabeza de la Fe a ampliar la base, a robustecer el vigor y asegurar la seguridad tanto de las Asambleas Espirituales Nacionales como de las instituciones y comunidades bajo su jurisdicción. Merced a sus Cuerpos Auxiliares, los Consejeros Continentales hacen llegar el efecto benéfico de sus funciones a las Asambleas Espirituales Locales y a la base de la comunidad. Dichas funciones cobran forma en respuesta a obligaciones tales como, en palabras del Testamento de 'Abdu'l-Bahá, "esparcir las fragancias divinas, edificar las almas, promover el conocimiento, mejorar el carácter de todos los hombres y mantenerse, siempre y en todo momento, santificados y desprendidos de las cosas terrenales". Según eso puede comprobarse que, mediante su trabajo de propagación y protección de la Fe, los Consejeros desempeñan un papel destacadísimo, a saber: tejer y afianzar la trama y urdimbre de la comunidad bahá'í.
La flexibilidad y celeridad con que pueden responder los Consejeros y los miembros del Cuerpo Auxiliar ante lo que perciben es una necesidad de la comunidad -por ejemplo, necesidad de estímulo, de protección en el Convenio, de profundizar en las Enseñanzas, de explicar los planes- constituyen rasgos de su funcionamiento que los distinguen de las Asambleas Espirituales. Esta flexibilidad les permite operar según lo exijan las circunstancias, bien sea dando consejo en una reunión, o bien asesorando en privado a una persona, o bien ayudando a los amigos a entender y obedecer una disposición de la Asamblea Espiritual, o bien tratando temas relacionados con el Convenio. En modos tan diversos, estos servidores distinguidos de la Fe pueden impartir información, remitir a los Textos pertinentes, explorar situaciones y familiarizarse con las condiciones imperantes valiéndose a ese fin de conductos inaccesibles a las Asambleas Espirituales, pero que no por ello son menos importantes para el éxito de sus planes. De ahí que, según lo estimen necesario, esos mismos servidores estén facultados para compartir ideas, análisis, percepciones y consejos que inevitablemente vienen a potenciar la capacidad de servicio de las Asambleas para con sus comunidades. De esta manera y con esta ayuda las Asambleas van madurando. Allí donde las Asambleas locales son nuevas o débiles, los miembros del Cuerpo Auxiliar colaboran para que entiendan mejor sus funciones, alentándolas a organizar su trabajo y animando a los creyentes locales a apoyar las iniciativas de sus Asambleas.
Las diversas modalidades de actividad que emprenden los Consejeros a una con sus Cuerpos Auxiliares despiertan y robustecen el crecimiento y desarrollo tanto de las Asambleas Espirituales como de las comunidades locales y nacionales. Desde esta perspectiva se explica claramente la afirmación de Shoghi Effendi según la cual los miembros del Cuerpo Auxiliar constituyen el "apoyo y pilar de las Asambleas Espirituales Nacionales, a menudo sobrecargadas de trabajo". También se pone de manifiesto lo indispensable que resulta la participación de los Consejeros Continentales y los miembros del Cuerpo Auxiliar en las etapas de planificación de las labores de enseñanza, y otro tanto cabe decir de las ventajas que reporta a las Asambleas Espirituales Nacionales el hecho de buscar su consejo y de familiarizarlos con sus esperanzas y preocupaciones.
Coincidiendo con el comienzo de la cuarta época de la Edad Formativa, las metas de los planes nacionales pasaron a formularse mediante consultas conjuntas de las Asambleas Espirituales Nacionales y los Consejeros Continentales. Con este procedimiento se inauguraba una nueva fase en la maduración del Orden Administrativo. En efecto, gracias a él se consiguen muy especialmente dos significativas ventajas, a saber: por un lado permitir que cada institución aproveche las experiencias y el conocimiento de la otra parte, lo que permite que el procedimiento de planificación cuente con dos canales diferentes de información procedentes de dos niveles de administración bahá'í; y, por otro lado, asegurar a los Consejeros la familiarización necesaria con los antecedentes, la lógica y el contenido de los planes nacionales, que por principio se espera que apoyen. Las dos instituciones salen reforzadas de tal colaboración, por lo que nos alegra sobremanera saber que la confección del Plan de Tres Años de los Estados Unidos se ajustó a un patrón que implicaba -tal y como ustedes describían- el concurso de ambos brazos de la administración.
Ahora bien, aunque los Consejeros y sus Cuerpos Auxiliares, al margen de sus responsabilidades específicas, han de respaldar las iniciativas de la Asamblea Espiritual Nacional, ésta por su parte debe reconocer que los Consejeros han de gozar de libertad para decidir, de acuerdo con su propio criterio, la mejor manera de brindar tal apoyo. En este sentido hay una gran diferencia entre las funciones de los comités nacionales y las de los miembros del Cuerpo Auxiliar. Si bien la Asamblea puede indicar a los comités las pautas concretas a seguir, los miembros del Cuerpo Auxiliar no quedan igualmente sujetos. No obstante, éstos no han de actuar de una forma que socave la actuación de la Asamblea Nacional o de sus organismos. Esto no significa que los miembros del Cuerpo Auxiliar no puedan sumarse -se lo pidan o no- a la ejecución de un programa o proyecto educativo concreto ideado por un comité nacional, o incluso contribuir a la conceptualización y nacimiento del proyecto. Lo que sí significa es que se debe respetar su prerrogativa de actuar con mayor latitud que la propia de un comité nacional.
Al trabajar en las bases mismas de la comunidad, el miembro del Cuerpo Auxiliar suele estar en condiciones de satisfacer necesidades no atendidas por ningún programa nacional o local; lo que a su vez posibilita que los amigos locales cumplan las metas establecidas de la comunidad. Semejante flexibilidad por parte del miembro del Cuerpo Auxiliar al tratar con situaciones inmediatas, semejante libertad e independencia de actuación deben ser acogidas como hechos que las partes implicadas deben dar por consabidos. Sin embargo, en el caso de que un miembro de Cuerpo Auxiliar -o incluso un Consejero- siguiese un curso de actuación que a juicio de la Asamblea Nacional estuviera distrayendo gravemente la atención de los planes que hayan sido adoptados para la comunidad, tal hecho debería remediarse, sin lugar a dudas, a través de la consulta con los Consejeros.
Los Consejeros son miembros de una institución continental, no nacional, y ocupan un rango más elevado que el de la Asamblea Espiritual Nacional. Al margen de cualquier otra consideración, su rango obedece, en sentido práctico, a una necesidad funcional toda vez que los Consejeros han de gozar de libertad en todos los niveles de la comunidad y su consejo y otras funciones han de ser tomados en serio. En una carta anterior hemos afirmado que "la existencia de instituciones de rango tan exaltado, compuestas por personas con un cometido tan fundamental pero carentes de autoridad legislativa, administrativa o judicial, y totalmente desprovistas de funciones sacerdotales o del derecho de realizar interpretaciones autorizadas, es un aspecto de la administración bahá'í sin parangón en las religiones del pasado". Se trata de una noción difícil de captar. No obstante, con el andar del tiempo y desde que se nombrara el primer contingente de Consejeros Continentales, sin duda la comprensión de este tema ha mejorado considerablemente.
Shoghi Effendi afirmó categóricamente a su Asamblea: "No puede haber conflicto alguno de autoridad, ni dualidad de ninguna especie y bajo ninguna circunstancia en ninguna esfera de jurisdicción bahá'í, sea local, nacional o internacional". Así que no se reduce sino que se potencia la autoridad de una Asamblea Nacional con la existencia de Consejeros, quienes por el carácter mismo de sus responsabilidades como protectores de la Fe tienen el deber de defender el rango y apoyar la autoridad de las Asambleas Espirituales. De forma similar, las Asambleas Espirituales, por principio y por su propio interés, deben procurar que los Consejeros y los miembros del Cuerpo Auxiliar no se vean frenados en el desempeño de sus responsabilidades sagradas y que su derecho y libertad de funcionamiento sean debidamente defendidos.
La actitud mutua entre estas dos instituciones no debería estar motivada por la mera aplicación legalista de las reglas que presiden su relación funcional. Hace falta mucho más. En primer lugar, las dos ramas deben encuadrar sus responsabilidades conjuntas dentro de los requisitos espirituales que caracterizan toda relación bahá'í feliz. Allá donde se expresan amor, respeto y cortesía de forma genuina y recíproca, no hay lugar para el distanciamiento y los problemas se convierten en desafíos superables. En este sentido la admonición de Bahá'u'lláh resulta especialmente instructiva: "No degradéis la posición de los eruditos en Bahá y no menospreciéis el rango de los gobernantes que administran justicia entre vosotros".
El logro de una relación más estrecha y eficaz entre ustedes y los Consejeros Continentales dependerá de que cultiven una actitud crecientemente armoniosa y de que traten sus asuntos con ellos con franqueza, cualidad que esa misma actitud ha de facilitar. Su relación debería ser de una camaradería presidida por el respeto pero desprovista de las rígidas formalidades propias de tantas organizaciones sociales. Cuando alberguen dudas o inquietudes sobre sus propios planes, trátenlas en confianza con los Consejeros; cuando lo que ellos hagan sea causa de preocupación, hablen con ellos en el espíritu correcto de consulta bahá'í. Recuerden que, al igual que ustedes, también ellos están cargados de trabajos, y que en su servicio a la Causa padecen el acoso de muchas preocupaciones, y que necesitan de su comprensión dada la magnitud de los retos que tienen ante sí. Abran sus corazones y sus mentes a ellos; considérenlos sus confidentes y sus amigos amados. Y estén siempre dispuestos a tenderles su mano como apoyo.
No obstante, la existencia de un ambiente informal de amor y confianza en su trato con los Consejeros no debe permitir el relajamiento de las reglas que gobiernan las relaciones de trabajo, por un lado, entre los Cuerpos Continentales de Consejeros y sus Cuerpos Auxiliares, y por otro entre la Asamblea Espiritual Nacional y sus comités. Estos temas se encuentran detalladamente explicados en nuestra carta del 1 de octubre de 1969 ya publicada por ustedes.
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Quisiéramos ahora abordar la cuestión de su funcionamiento como Asamblea Espiritual Nacional. Entre los temas más preocupantes que se desprendían de su análisis de la administración bahá'í en su país figuraban los siguientes: centralización excesiva, sobre todo con relación a las labores de enseñanza; temor ante el peligro de estar ejerciendo por todo el país un grado tal de control administrativo que puede estar sofocando la iniciativa individual; relación de la Asamblea con la comunidad.
Viven ustedes en una sociedad presa de una decadencia moral de enormes proporciones. Este hecho, sin embargo, no debería suponerles sorpresa alguna, puesto que se trata de una consecuencia inevitable de la impiedad imperante, cuyos síntomas y repercusiones ya fueron descritos detalladamente por Shoghi Effendi en varias de sus misivas dirigidas a los creyentes occidentales. Es inevitable que la comunidad bahá'í estadounidense se vea afectada hasta cierto punto por esta situación. La influencia corrosiva que ejerce una secularización rampante y abusiva está afectando al estilo de administración de la Fe en su país y amenaza con minar su eficacia.
La agresividad y competencia que animan a una cultura predominantemente capitalista; el partidismo que es inherente a un sistema acérrimamente democrático; la falta de confianza en las instituciones públicas y el acusado escepticismo de las gentes hacia las autoridades reconocidas, sentimientos cuyos orígenes se remontan a la génesis misma de la sociedad americana; el cínico rechazo de los principios moderadores y reglas que presiden las relaciones civilizadas, producto de un excesivo liberalismo y de sus consecuencias inmorales; todas estas manifestaciones indeseables informan hábitos muy arraigados de la vida americana que de manera imperceptible al principio, pero mucho más patente a largo plazo, han ejercido un dominio demasiado grande sobre los modos de administrar la comunidad bahá'í y sobre la conducta manifestada por varios sectores de creyentes. Esta malsana influencia debe ser contrarrestada con un esfuerzo deliberado e inmediato (un esfuerzo que a buen seguro ha de empezar por la Asamblea misma). De lo contrario, de seguir hallando acogida, dicha influencia estorbaría gravemente el progreso de su comunidad, muy a pesar de las abundantes posibilidades de conseguir grandes avances. Fue precisamente por esta preocupación en particular por lo que acogimos ansiosamente su petición de reunirse con nosotros.
La garantía del bienestar y triunfo de sus esfuerzos por servir a la Causa de Dios se resume en una sola palabra: unidad. Ella es el alfa y omega de todas los objetivos bahá'ís. Entre las primeras advertencias que Shoghi Effendi dirigiera a las Asambleas Nacionales se encuentra la siguiente: "Reviste la mayor importancia, tal es mi creencia, el que, habiendo conseguido establecer una firme unidad de propósito y acción, y habiendo hecho desaparecer toda traza de animosidad y desconfianza de nuestros corazones, formemos un solo frente unido para así combatir, con tacto y sabiduría, toda fuerza que empañe el espíritu del Movimiento, cause división en sus filas y lo empequeñezca con creencias sectarias y dogmáticas". A continuación señalaba que "desempeñar tan altas responsabilidades corresponde primordialmente a los miembros electos de las Asambleas Nacionales del mundo", y advertía: "si semejante cuerpo representativo y responsable no consigue cumplir ese requisito tan fundamental para el logro de cualquier empresa, la estructura entera está abocada a desmoronarse".
Está claro que la unidad interna de la propia Asamblea posee una importancia inmediata para la unidad más amplia que sus actividades están llamadas a promover y mantener. En ningún momento puede permitirse miembro alguno de su Asamblea el lujo de descuidar este requisito fundamental o de cejar en sus esfuerzos por hacerlo realidad. Para este propósito, la actitud que los miembros adopten con respecto a su pertenencia a ese cuerpo exaltado reviste una relevancia singular. Y así es preciso que por su parte se dé un reconocimiento del carácter espiritual de la Asamblea, y también un sentimiento de corazón que exhale respeto por ella, un sentimiento que cobra fuerza cuando se aprecia la diferencia trascendente que existe entre ellos mismos y dicha institución, y cuando se contempla a ésta como a una entidad sagrada respecto la cual les ha sido concedido el privilegio de encauzar sus poderes merced a su armonía mutua y a una conducta ajustada a los principios divinamente revelados. Con esta perspectiva los miembros estarán en mejores condiciones de adoptar una postura correcta con relación a la Asamblea misma, de apreciar su papel como Fideicomisarios del Misericordioso, y de contrarrestar cualquier impresión de haber asumido la propiedad y control de la institución al modo propio de los accionistas mayoritarios de una empresa comercial.
Por otra parte, para la consecución de la unidad también es importante la actitud de los amigos, sirvan o no en asambleas, hacia el ejercicio de la autoridad en la comunidad bahá'í. Las personas propenden, por naturaleza, a desconfiar de las autoridades. La razón no es difícil de comprender habida cuenta de que la historia rebosa ejemplos de aberrantes abusos de autoridad y poder. No es fácil quebrar esta tendencia; pero los amigos bahá'ís deben librarse de la desconfianza hacia sus instituciones si es que de verdad se desea que el progreso avance sin merma. La disciplina rigurosa de pensamiento y acción hará que tanto la Asamblea Nacional como los amigos salgan airosos del lance; unos y otros deben vivir de acuerdo con sus responsabilidades, y ello implica reconocer algunas realidades fundamentales.
La unidad de la humanidad, que es el principio primario y meta última de la Causa de Bahá'u'lláh, comporta en palabras de Shoghi Effendi un "cambio orgánico de la estructura de la sociedad actual". Un cambio tan fundamental que afecta a la concepción estructural de la sociedad presupone la existencia de un nuevo patrón por el que puedan administrarse los asuntos de la comunidad dentro de un contexto bahá'í. Las observaciones que ofrece el Guardián, transmitidas por su secretaría en carta de fecha 14 de octubre de 1941, arrojan luz sobre esta cuestión:
"Los amigos no deben confundir nunca la administración bahá'í tomándola como un fin en sí mismo. Se trata meramente del instrumento al servicio del espíritu de la Fe. Es ésta una Causa revelada por Dios para el conjunto de la humanidad y que ha sido concebida en provecho de toda la raza humana. El único modo de lograr ese fin es reformando la vida comunitaria de la humanidad y procurando regenerar a la persona. La administración bahá'í es tan sólo la primera forma de lo que en un futuro serán la vida social y las leyes destinadas a presidir la convivencia entre las personas".
El consejo que Shoghi Effendi ofreciera a un creyente proporciona otra perspectiva: "Le insta a que haga cuanto pueda por promover la unidad y el amor entre los miembros de esa Comunidad, ya que ésa parece ser su mayor necesidad. Muy a menudo las comunidades jóvenes, en su deseo por administrar la Causa, pierden de vista el hecho de que estas relaciones son, con diferencia, mucho más importantes y fundamentales que las reglas y disposiciones que rigen la conducta de los asuntos comunitarios".
Por consiguiente, de ahí se deduce que la importancia de la administración bahá'í obedece a su valor de servicio para propiciar y sostener la vida de comunidad, y también a su capacidad para atender a los requisitos de las relaciones espirituales que fluyen del amor y unidad de los amigos. Este hecho se relaciona a su vez con un rasgo característico de la vida bahá'í que tales relaciones espirituales fomentan, a saber: el espíritu de servidumbre hacia Dios, expresado en servicio a la Causa, a los amigos y a la humanidad en su conjunto. La actitud del creyente en tanto servidor -una actitud ejemplificada preeminentemente en la vida y persona de 'Abdu'l- Bahá- establece una dinámica que impregna las actividades de la Fe y que adquiere, con el funcionamiento normal de la comunidad, una fuerza colectiva transformadora. En este respecto, las instituciones de la Fe constituyen canales para la promoción de este rasgo sobresaliente. De manera que es dentro de este contexto como cabe entender y expresar correctamente los conceptos de gobierno, liderazgo, autoridad y poder.
El surgimiento de una comunidad unida, firmemente asentada y autosostenida debe ser una meta principalísima de una Asamblea Espiritual. Al estar integrada por unos miembros de talentos, personalidades, habilidades e intereses tan diversos, tal comunidad precisa un nivel de interacción entre la Asamblea y el cuerpo de los creyentes basado en el reconocimiento por ambas partes de la entrega de todos al servicio; una interacción en la que se puede fundar, reconocer y defender paladinamente un sentido de compañerismo y corresponsabilidad a su vez sustentados en el respeto de las esferas de acción particulares. Aquí no cabe la menor traza de dicotomía. En semejante comunidad el liderazgo es esa expresión que asume el servicio y en virtud de la cual la Asamblea Espiritual invita y anima el uso de los múltiples talentos y habilidades de que está dotada la comunidad, amén de estimular y guiar a los diversos elementos de dicha comunidad hacia la consecución de metas y estrategias por cuyo conducto pueda hacerse sentir los efectos de una fuerza coherente de progreso.
La creación de un clima de amor y unidad depende en gran medida de que las personas integrantes de la comunidad sientan que la Asamblea es parte de ellos mismos, que sus actuaciones en colaboración con dicho cuerpo divinamente establecido les permiten una amplitud adecuada de libertad, y que la calidad de sus relaciones con las instituciones y sus correligionarios revitalizan el espíritu de empresa haciéndolos conscientes del propósito revolucionario de la Revelación de Bahá'u'lláh, haciéndoles sabedores del alto privilegio de estar asociados con los esfuerzos por realizar tamaño propósito, y haciéndoles experimentar el consiguiente y permanente alborozo. En un clima tal, la comunidad se transforma pasando de ser la mera suma de sus partes a asumir una personalidad enteramente nueva, propia de una entidad en donde los miembros integrantes se mezclan sin por ello perder su naturaleza única y particular. La posibilidad de manifestar una transformación semejante existe de manera inmediata en el nivel local; pero es responsabilidad principal de la Asamblea Nacional el propiciar las condiciones en que pueda arraigar.
La autoridad para dirigir los asuntos de la Fe a nivel local, nacional e internacional ha sido depositada por voluntad divina en las instituciones elegidas. Sin embargo, el poder para cumplir las tareas de la comunidad reside primordialmente en el cuerpo de los creyentes. La autoridad de las instituciones es una exigencia irrevocable del progreso de la humanidad; su ejercicio, empero, es un arte que hay que aprender a dominar. El poder de la acción de los creyentes se libera empezando por la iniciativa personal hasta encaramarse al nivel de la voluntad colectiva. En su potencialidad, este poder colectivo, mezcla de las capacidades de las personas, existe en un estado maleable que es sensible a las reacciones múltiples de las personas y a las influencias diversas que operan en el mundo. Para que este poder colme su más noble propósito precisa expresarse por cauces ordenados de actividad. Por más que las personas se esmeren por orientar sus empeños dejándose guiar por su comprensión de los Textos Divinos -y es mucho lo que cabe lograr por esa vía-, tales empeños, si están desprovistos de la dirección moderadora que proporcionan las instituciones autorizadas, se revelan incapaces de transmitir el empuje necesario para el avance sin trabas de la civilización.
La iniciativa personal es un factor preeminente de este poder. Por lo tanto, las instituciones tienen la gran responsabilidad de estimularla y salvaguardarla. Igualmente, es importante que las personas reconozcan y acepten que las instituciones deben actuar como una fuerza cuyo influjo moderador y orientador se haga notar en la marcha de la civilización. En este sentido, el mandato divino por el que las personas son llamadas a obedecer las decisiones de sus Asambleas ha de ser visto claramente como algo indispensable para el progreso de la sociedad. A decir verdad y por lo que atañe al bienestar de la sociedad en su conjunto, las personas no deben ser abandonadas por completo a sus propios designios, ni tampoco ser sofocadas con la adopción de modos dictatoriales por parte de los miembros de las instituciones.
En la comunidad bahá'í el ejercicio cabal de la autoridad entraña el reconocimiento de derechos y responsabilidades separados aunque con efectos recíprocos saludables entre las instituciones y los amigos en general, reconocimiento que a su vez conlleva la necesidad de que estas dos fuerzas interactivas de la sociedad colaboren entre sí. Tal y como afirmó Shoghi Effendi en sus palabras de consejo: "Las personas y las asambleas deben aprender a cooperar, y a cooperar inteligentemente, si es que desean cumplir sus cometidos y obligaciones para con la Causa. Y no cabe tal cooperación sin que intervengan la confianza y buena fe mutuas".
La orientación la marcan las decisiones de la Asamblea; pero su efectividad depende no sólo de la claridad con que se transmita sino también, por un lado, del número de factores espirituales y morales que deben entrar a formar parte de la actitud general de los creyentes, y, por otro lado, del modo y estilo de funcionamiento de la Asamblea. El siguiente consejo impartido por Shoghi Effendi en una carta dirigida a los creyentes occidentales, trata de los dos aspectos mencionados:
"Tengamos en cuenta que el rasgo clave de la Causa de Dios no es la autoridad dictatorial, sino el compañerismo humilde; no el poder arbitrario, sino el espíritu de consulta franca y amorosa. Nada que no sea el espíritu de un verdadero bahá'í puede albergar la esperanza de conciliar los principios de misericordia y justicia, de libertad y sumisión, de la santidad de los derechos de la persona con el autosometimiento; de la discreción y prudencia, de un lado, y de la camaradería, franqueza y valor, de otro lado".
"Las obligaciones de las personas elegidas libre y concienzudamente por los amigos para actuar en calidad de representantes suyos no son menos vitales ni menos vinculantes que las obligaciones de quienes les han escogido. Su función no es dictar, sino consultar; y consultar no sólo entre ellos, sino también y lo más posible con los amigos a quienes representan. Deben tenerse a sí mismos por no otra cosa que instrumentos escogidos para una presentación más eficiente y digna de la Causa de Dios. Nunca deberían ceder ante la suposición de que son los centros del cuerpo de la Causa, intrínsecamente superiores a los demás ya por capacidad o mérito, y únicos promotores de sus enseñanzas y principios. Deberían acometer sus tareas con humildad extrema, y procurar con su amplitud de criterio, su alto sentido de la justicia y del deber, su franqueza y su modestia, su consagración al bienestar e intereses de los amigos, de la Causa y de la humanidad, atraer hacia sí no sólo la confianza, el respeto y el respaldo sincero de aquellos a quienes sirven, sino también su estima y afecto más genuinos".
Estas instrucciones del amado Guardián llegan al corazón mismo de esa realidad que ahora los miembros de su Asamblea han de interiorizar más plenamente. De ahí que, para mayor énfasis, nos permitamos repetir los términos "humildad extrema", "amplitud de criterio", "franqueza" y "modestia"; y que recalquemos la apertura que está implícita en la franqueza, ya que el grado de colaboración que ha de promoverse entre su Asamblea y los amigos depende significativamente de la medida en que, con discreción sabia, compartan sus cuitas con la comunidad. La mejor ocasión se la ofrece la Convención Anual, acto en que los representantes de la Comunidad entera se reúnen para consultar con ustedes. No es suficiente con que los delegados reciban entonces sólo buenas nuevas y estadísticas esperanzadoras. Actúen tal y como Shoghi Effendi les aconsejó: "Al desterrar de su seno todo vestigio de secretismo, de reticencia indebida, de aislamiento dictatorial, deberían desplegar ante los ojos de los delegados, por quienes son elegidos, sus planes, esperanzas y preocupaciones al par que muestran un espíritu radiante y desbordante. Deberían familiarizar a los delegados con la variedad de asuntos que ocuparán la atención de ese año, y también estudiar y sopesar con calma y a conciencia las opiniones y juicios de los delegados".
Incluso si los delegados se ven incapaces de formular recomendaciones útiles con que resolver temas concretos, bastará con intimar con ellos para que desarrollen una comprensión más justa -como no sería posible conseguir por otros medios- sobre la gravedad que revisten los asuntos a que se enfrenta la Causa. Tal inteligencia les faculta para ayudar a que la comunidad responda eficazmente a sus decisiones, por difíciles que sean de aceptar. Además, sabiendo que existe un conjunto tal de creyentes que comparten sus más íntimas preocupaciones, dejarán de experimentar ustedes esa sensación de carga agobiante; e incluso -lo que es más- el efecto de su apertura reforzará el apoyo que brindan los delegados a su autoridad y que es su deber sagrado extender. Por otro lado, puesto que no es posible ni factible que la Asamblea se reúna con todos los creyentes, ni que sus miembros viajen de continuo por toda la comunidad, la sensación de lejanía que albergan los creyentes para con ustedes puede aliviarse -aunque no eliminarse por completo- mediante una interacción eficaz con los delegados.
En el ejercicio de su apertura y franqueza, sin duda, evitarán las inepcias que pasan por ser la norma de la libertad de expresión tal y como se practica en su país. En una sociedad en la que el "decir las cosas como son" marca un estilo de expresión que hurta al lenguaje su decoro, y en una época en que la estridencia se toma comúnmente por atributo del liderazgo, la franqueza suele ser cruda, y la autoridad habla en voz alta y en tono vulgar. Frecuentemente, las personas se ven obligadas a recibir las directrices de sus superiores en tonos muy poco respetuosos. Ahí reside una de las razones por las que la autoridad se mira con resentimiento y desconfianza. En contraste, las instituciones bahá'ís deben afrontar la tarea de acostumbrar a los amigos a reconocer la expresión de la autoridad cuando ésta se expresa haciendo gala de un lenguaje moderado.
No hay modo de sobrevalorar la obligación que les cumple y que les obliga a refinar su trato con la comunidad según lo dicho. En ningún momento deberían olvidar que el modo como empleen su autoridad es vital para el éxito de su trabajo. Sabido esto, importa también ocuparse esmeradamente de la conducta de quienes -sobre todo si se trata de sus cargos- están obligados a actuar en su nombre tanto como ejecutores de sus decisiones como transmisores de sus instrucciones. Igualmente, suele darse el caso de que algunos miembros de su personal del Centro Nacional, en su afán por ser exactos y entregadamente obedientes, ejecutan las instrucciones de la Asamblea de forma tan acerada y con un tono tan incisivo que hiere a sus destinatarios y provoca el resentimiento contra el propio cuerpo a cuyo servicio se esfuerza ese mismo personal por servir leal y devotamente. El personal debería mostrarse sensible a esta situación. Conviene que se le haga comprender -con su amorosa y persistente guía- que en el trato con los amigos y por el bien de unas relaciones buenas y respetuosas, hay que satisfacer ciertos requisitos espirituales, pues tal conducta además de virtuosa en sí misma reducirá al mínimo los casos de rencor hacia la Asamblea.
Cuando se administra justicia, el modo de templar la autoridad corre parejo con la gravedad de cada caso. Ciertos casos requieren medidas firmes y drásticas. Aún entonces, los miembros de la Asamblea deben recordar que la autoridad que blanden ha de expresarse con amor, humildad y respeto auténtico hacia los demás. Cuando se ejerce con este proceder, la autoridad toca una fibra sensible y acompasada con lo que las almas justas y espiritualmente atentas ven aceptable. Las siguientes orientaciones de Shoghi Effendi, en palabras de su secretaría, son especialmente oportunas: "Los administradores de la Fe de Dios deben asemejarse a los pastores. Su meta debe ser el borrar dudas, malentendidos y diferencias nocivas que hayan podido presentarse en la comunidad de creyentes. Y ello admite lograrse adecuadamente si lo que les motiva es un amor verdadero por sus hermanos amén de una voluntad firme de actuar con justicia en todos los casos que sean sometidos a su consideración".
Tengan muy presente que nuestro énfasis con respecto a los requisitos espirituales de su funcionamiento no obedece a una mera expresión de idealismo piadoso. Lejos de ello. Precisamente la ausencia de dichos requisitos en el discurso público y su exclusión de las consideraciones de los líderes mundiales explica en gran parte el estado actual de la sociedad. A decir verdad, sus efectos son tan prácticos como espiritual es su esencia. Válganse de ellos consciente, constante y confiadamente: verán entonces hasta qué punto sus actos han de atraer las confirmaciones del Espíritu Santo en la respuesta de su comunidad.
Por lo que respecta a su preocupación por el exceso de control que ejerzan sobre los amigos: al apreciar la naturaleza del poder de acción que ellos poseen estarán ustedes en condiciones de calibrar la mejor manera de orientarlos. Hay que permitirles una amplia libertad de actuación, y ello implica que asimismo debe concederse un amplio margen para los errores. La Asamblea Nacional y las Asambleas locales no deben reaccionar automáticamente ante cualquier error; pero sí distinguir aquellos errores que son subsanables con el correr del tiempo y no causan daños especiales a la comunidad, de esos otros que precisan la intervención de la Asamblea. Otro aspecto relacionado es la tendencia de los amigos a criticarse ante la menor provocación, cuando lo propio, según reclaman las Enseñanzas, es que los amigos se den ánimos entre sí. Bien es cierto que las tendencias mencionadas tienen su origen en un amor intenso por la Fe y en un deseo de verla libre de toda falta. Pero los seres humanos no son perfectos. Las Asambleas locales y los amigos deben recibir ayuda de ustedes en forma de ejemplo y de cariñosas apelaciones a eliminar de su conducta tales críticas, que son responsables de que el crecimiento y desarrollo de la comunidad se vean coartados. Deberían albergar un sano temor a sentar demasiadas reglas o reglamentos. No es tan frágil la Causa que no pueda tolerar ciertas dosis de error. Si perciben que determinadas actitudes van camino de convertirse en tendencias nocivas, en lugar de dictar una nueva norma pueden abordar el asunto con los Consejeros, recabando su apoyo en la educación de los amigos de forma que mejore su comprensión y conducta.
Si los amigos llegaran a experimentar, individual y colectivamente, una sensación mayor de libertad para comprometerse en un abanico más amplio de actividades que tengan su origen en ellos mismos, el Plan de Tres Años conocería toda una explosión de actividad. Incluso si ustedes no hacen nada deliberadamente por desalentar tal libertad, la misma expresión acumulada de desaprobación institucional, comoquiera que se haya originado, y su temor a verse criticados, impiden en buena medida el ejercicio de su iniciativa. En este preciso momento de la historia, cuando los pueblos del mundo se ven abrumados por dificultades atormentadoras y la sombra de la desesperación se cierne amenazante sobre la luz de la esperanza, es de todo punto necesario reavivar el sentido de misión de los creyentes, esto es, un sentimiento de valía para atender a la necesidad urgente que la humanidad tiene de guía y para que en su propia esfera de vida la Fe consiga triunfar. La comunidad en su conjunto debería aplicarse con empeño a resolver tales cuestiones. Huelga decir que una sola respuesta no es adecuada a la vista de la diversidad de elementos e intereses presentes en la comunidad. Estos asuntos reclaman la consulta que ustedes mismos le dediquen, y también la consulta con los Consejeros. Si bien las Asambleas Espirituales saben marcarse metas específicas, todavía no han llegado a dominar el arte de aprovechar el talento de las personas y de animar al conjunto de los amigos a la acción en cumplimiento de tales metas. Eliminar semejante deficiencia es indicio de madurez por parte de las instituciones.
Ojalá que su Asamblea abra el camino.
Con amorosos saludos baha'is:
La Casa Universal de Justicia
19 de mayo de 1994